domingo, 10 de junio de 2007

Trenes, guerreros de terracota, tres gargantas y a comer

Llegas a la estación de tren y eres el único occidental de entre unas tres mil o cuatro mil personas que se aglomeran esperando la salida de sus respectivos trenes. Todo el mundo si excepción te mira. Eres un bicho raro, pero no hay miradas de reproche o desprecio, es pura curiosidad. Tras ingeniártelas hasta encontrar la puerta de embarque y la sala de espera que te corresponde (se acabaron los bonitos letreros en Inglés, ahora lo único que reconoces son números) en la que, por supuesto, hay unas mil personas más, decides esperar hasta que llegue la hora de pasar por la puerta de embarque.

Comienzan a formarse lo que parecen ser colas de gente enfrente de las puertas.

Esperas cerca de media hora hasta que se abren. Te vale ir con cuidado o como te hagas de rogar vas a acabar el último, ya no rigen las normas de educación a las que estás acostumbrado en Inglaterra, que va, aquí si te descuidas no entras. El que puede se te cuela por la tangente, y a los demás parece no importarles, debe considerarse un castigo merecido por tu falta de atención. Imagino que con los negocios pasará algo parecido, por lo que he oido de algunos estranjeros que estan aquí haciendo 'business'. Como no te andes con ojo te la cuelan.

Llegas al tren, ni siquiera te paras a contar los vagones porque no te da la vista para tanto, pero sabes por experiencia de otras veces que deben rondar los 20 ó 30.

Le muestras tu billete a quien ves de uniforme para que te indiquen. Tu cara de extranjero es todo lo que necesitan para ni molestarse en explicarte nada, se limitan a señalar la dirección en la que tienes que ir para llegar a tu vagón.

Al ser un país comunista, no existen las distintas clases, aunque eso se queda en el tintero, porque va mucha diferencia de un tipo de asiento a otro. Se separan en asientos y en camas, dentro de cada tipo hay duro y blando. Por ejemplo, yo viajo en (hard sleeper) “cama dura” es la clase más barata de camas, cada compartimiento son dos columnas de literas con tres camas cada una, nada las separa del pasillo. Yo estoy en la de arriba, que me parecía un poco más independiente que las demás. Aunque aquí no se considere una maravilla porque es la más barata, la cama más cara es la de en medio, y la de arriba y la de abajo cuestan algo menos. Las diferencias de precios son muy pequeñas, unos céntimos de euro más o menos. Pero es curioso.

Llega la hora de comer algo, así que elijo un sentido y me pongo a caminar hasta que llegue al vagón restaurante. Hacia la derecha no se puede seguir, he topado con una puerta cerrada con un letrero en Chino, media vuelta. No se los vagones que paso bajo la mirada atenta de toda aquella persona que se cruza en mi camino, pero por fin llego.

Me siento en una de las mesitas, por supuesto TODO el mundo me está mirando, ni falta hace decir que soy el único extranjero en todo el tren, me cuesta reprimir una sonrisa, no me acabo a acostumbrar a sentirme como una estrella.

Una camarera le pasa un menú a una pareja de hombres cerca mío, espero a que terminen de pedir para hacerle una señal pidiéndole la carta. Cuando la abro veo que solo está en chino, no me sorprendo. Por suerte hay un par de fotos por página, señalo una de unos “dumpling” (especie de empanadillas chinas hervidas o al vapor rellenas de vegetales y carne de cerdo), me dice que no, así que me decido a ir a suertes y señalo un plato cualquiera que no sea ni muy caro ni muy barato a ver que pasa.

Al rato, un camarero se acerca con algo que no tiene muy buena pinta, ruego que no sea lo que yo he pedido, por suerte pasa de largo. Al rato la misma mujer me trae un plato de vegetales con carne y un cuenco de arroz blanco. Esta vez he tenido suerte. Apunto mi dedo a una botella de té verde que veo en una vitrina. Al poco me la traen, no merece la pena el esfuerzo de intentar explicar que la quiero fría. Estoy satisfecho.La siguiente vez no tendre tanta suerte.

Mañana a cierta hora, todavía no se lo que dura el viaje, estaré en Sian preparado para ver uno de los descubrimientos arqueológicos más importantes de la historia, los guerreros de terracota, y ya de paso iré a ver la presa de las tres gargantas. Habrá merecido la pena.


Un saludo.